Fernando Mires
¿Sobre qué escribir?
Cada vez que viajo a Venezuela resisto a duras penas la tentación de escribir sobre muchísimos temas. Ya en el aeropuerto imaginé, por ejemplo, redactar un artículo sobre ese enjambre formado por el personal, todos con camisas rojas en cuyo reverso se leen consignas de “la revolución” y que me recuerdan a los “chicos” que hacen propaganda a la salida de los supermercados. O sobre el espectáculo que ofrece desde la ventanilla del automóvil esos cientos de casas derrumbándose unas sobre otras. ¿Cómo se las arregla un gobierno “socialista” disponiendo de tan grandes recursos para aumentar de modo exponencial la miseria urbana, por lo menos la visual?
¿O escribiré sobre las calles atestadas de basura, barrios que otrora fueron hermosos, convertidos en charcas nauseabundas? O cuando llego al hotel y enciendo el televisor y me pregunto ¿deberé escribir sobre la propaganda insulsa, aburrida, monótona de los canales estatales, tan similar a la que se calan todos los días los cubanos que todavía no han podido huir de la Isla de la Felicidad? Y a propósito de cubanos: ¿He de escribir sobre el insulto a la soberanía de Venezuela cuando, no pudiendo yo todavía creerlo, miro esa fotografía que muestra como en el Fuerte Paramacay fue izada la bandera cubana antes que la venezolana?
¿O tendré que escribir que cuando intenté cambiar unos pocos euros para beber algún “marrón” en la calle, el vendedor insistió en darme 12 bolívares y no 5 por euro como reza el cambio “oficial”? ¿Escribir por ejemplo que ahí entiendo, por fin, eso del “capitalismo popular”? Venezuela, la de hoy es, en efecto, la síntesis perfecta de lo peor del “socialismo real” con lo más malo del “capitalismo salvaje”. Casi una hazaña tan grande como lograr la inflación más alta del continente contando con uno de los ingresos externos más millonarios del planeta.
Llego a la Universidad y encuentro a mis antiguos amigos y colegas ¿Escribiré que los veo cansados, algunos de ellos ya enfermos? El gobierno se ha propuesto, evidentemente, destruir el sistema universitario, núcleo de la inteligencia nacional. Desde el año 2007 rige el mismo presupuesto universitario en el marco de una inflación cuyo promedio galopa desde el 30 al 35%. La mayoría de los académicos viven endeudados; el dinero simplemente no les alcanza. Algunos procuran trabajos adicionales pero con ello son afectadas las áreas de la investigación y de la enseñanza. Si el gobierno gana las elecciones presidenciales del 2012 no tendrán más alternativa que emigrar, o simplemente rendirse y aceptar las condiciones que impongan los incultos del régimen. Para los últimos, la destrucción de la universidad significa –en su lenguaje militar- ocupar estratégicamente uno de los bastiones de la “burguesía”. Pero hoy, pese a su importancia, no voy a escribir tampoco sobre eso.
Hoy voy a escribir sobre el tema que domina todas las conversaciones. Voy a escribir sobre las próximas elecciones. La razón es simple: Venezuela, desde un punto de vista político es un callejón. Sin elecciones sería un callejón sin salida. Las elecciones son, sin embargo, la salida del callejón ¿Salida hacia dónde?- me preguntó más alguien. -No tengo la menor idea –respondí- puede ser incluso hacia el infierno, o hacia el abismo, pero es una salida. Por lo demás, no hay otra alternativa.
¿Las elecciones, salida del callejón?
El Presidente se encuentra lanzado desde hace más de un año en plena campana electoral. Su principal objetivo, diría: su único objetivo, es derrotar (demoler, dice él) a la oposición para, libre de trabas electorales, comenzar a construir al fin –después de 12 años de vacaciones- el “socialismo del siglo XXl”. Chávez ve, indudablemente, su para él seguro triunfo electoral de Octubre del 2012 como el triunfo definitivo de la revolución. “La madre de todas las batallas electorales” tendrá lugar el 2012 y la oposición lo sabe tan bien como Chávez, y es por eso que, en la medida de sus menguadas posibilidades, ordena sus filas, ajusta sus programas, imagina sus consignas. En el 2012 se jugarán la vida; no la biológica, por supuesto; pero sí la ciudadana. La vida de ellos y la de las generaciones futuras también.
Leyendo el texto de Margarita López Maya publicado en esta misma edición de POLIS confirmo lo que sabía: la contienda será extremadamente desigual. Además del control y dominio que ejerce el Presidente sobre los medios visuales, cuenta con el barril sin fondo que es ese tesoro público destinado a vaciarse a favor de Chávez durante cada elección.
Meses antes de la elección –ocurre siempre en la Venezuela de Chávez- habrá súbitos aumentos de sueldos; neveras y televisores caerán como maná del cielo en los barrios pobres y, como en otras ocasiones, hasta dinero en efectivo correrá por las calles. Por si fuera poco, el ejecutivo ejerce control total sobre el aparato judicial. El aparato electoral como ya sabemos, no emite ningún resultado sin la venia previa del Presidente. El contingente de empleados y obreros estatales es inmenso y en cada movilización donde intervenga Chávez será movilizado en autobuses - de pueblo a pueblo; de departamento a departamento; de provincia a provincia- so pena de sufrir sanciones según listas que confeccionen los funcionarios (sobre todo cubanos) de la seguridad interior. El ejército y policía chavistas cercarán las movilizaciones de la oposición y abrirán las más amplias avenidas a las del gobierno. Si a ello sumamos los grupos de choque adictos al régimen (pelotones, escuadras, milicias “populares” y batallones de civiles armados) cabe esperar que el chavismo copará las calles centímetro por centímetro, lugar por lugar, esquina por esquina, bombo con platillo. Y si leemos, además, el artículo de Nelly Arenas también publicado en POLIS, sabremos como el gobierno ha convertido las llamadas misiones, concejos comunales, comunas, círculos bolivarianos, y otras “organizaciones populares”, en instituciones corporativas dependientes ya no sólo del Estado sino de la propia persona del Presidente. Todo eso y mucho más ya lo los venezolanos, chavistas o no.
Si tuviéramos que hacer una comparación futbolística tendríamos que decir entonces que el oficialismo aparecerá en la contienda electoral como el Real Madrid con toda su dotación, y el adversario como un simple y modesto equipo de barrio. No obstante, y a esa alternativa le estoy apostando, no sería ésta la primera vez en que, tanto en el fútbol como en la política, los que aparecen como menos favoritos dan la sorpresa final. Los mismos venezolanos ya vieron como Venezuela ganó a Argentina 1:0 en las eliminatorias hacia el mundial de Brasil.
Como suele suceder en todas partes hay en Venezuela algunos opositores optimistas, otros pesimistas, y una gran mayoría que se debate en la más profunda de las incertidumbres. Tanto optimistas como pesimistas argumentan con buenas razones. Los optimistas aducen que la gestión del gobierno ha sido catastrófica en todos los rubros, sobre todos en los de empleo, justicia social, seguridad pública, educación, salud, vivienda, y muchos más. A ello se suma la absoluta falta de transparencia, lo que evidentemente oculta uno de los saqueos más espectaculares a las arcas fiscales que haya ocurrido en alguna nación. La “boli-burguesía”, como llaman los venezolanos al chavismo estatal, es ya una nueva clase social no dirigente, pero sí dominante.
Teodoro Petkoff, a quien siempre hay que tomar en serio, refuerza el partido de los optimistas con dos tesis fundamentales. La primera: nunca el gobierno ha estado peor y nunca la oposición ha estado mejor que ahora. La segunda: la tendencia electoral en Venezuela se inclina lentamente, pero de modo sostenido, hacia el campo de la oposición. Según Petkoff esa tendencia ya es irreversible. Ahora bien, ambas tesis son irrefutables. El problema, y a ese lado apuntan los pesimistas, es si esas tendencias son suficientes para derrotar a Chávez.
En cualquier caso, aparte de un reducido grupo de super-optimistas quienes opinan que ante la catástrofe generalizada, a la que se suma la enfermedad presidencial, “cualquiera le gana a Chávez”, la verdad es exactamente al revés: Chávez, aún enfermo, “puede ganar a cualquiera”. Eso no significa, por supuesto, que Chávez sea invencible. Significa solamente que se trata de un enemigo muy difícil de derrotar. Esa es la razón por la cual los pesimistas –más allá del control mafioso y fraudulento que ejercerá el gobierno sobre el proceso electoral- piensan que el “factor Chávez” será decisivo. Eso quiere decir que a diferencia de elecciones pasadas, donde actuaban los mediocres candidatos de Chávez, en las elecciones presidenciales el actor principal será el mismo Chávez. Y eso cambia no sólo a las reglas. También cambia el juego.
El “factor Chávez”
Hugo Chávez no es el gobernante más autoritario de nuestro tiempo pero sin duda es el más personalista que ha conocido la historia latinoamericana durante todo el siglo XX y lo que va del XXl en América Latina. Recordemos, para poner un ejemplo, que hasta Perón estaba condicionado por los aparatos sindicales del “justicialismo”. No así Chávez. Entre “el pueblo chavista” y Chávez no hay ninguna mediación.
Chávez, para los suyos, es el pueblo encarnado en el Estado. Chávez es el Partido, el gobierno, el presente y el futuro, incluso la eternidad. Chávez es a la vez la ley. Cada ocurrencia suya, por más estrambótica que sea, se convierte espontáneamente en un decreto, aunque éste no se cumpla jamás. En fin, si hay peronismo sin Perón, no puede haber chavismo sin Chávez. E incluso, si Chávez muere, quienes lo representen en el futuro actuarán como ejecutores de las voces de ultratumba. Lo que quiero decir en fin, es que no estamos frente a un proceso lógico sino ante un fenómeno colectivo donde la magia sustituye a la razón, el significante al significado, el héroe al político y el mito al pensamiento. Chávez y el chavismo, más que un fenómeno sociológico, es uno cultural. Por otra parte, estamos frente a un caso de psicosis colectiva, el que al serlo tal, escapa a todos los pronósticos, encuestas y predicciones.
Quizás quien mejor ha dado en el clavo al caracterizar al gobierno de Chávez ha sido Teodoro Petkoff en un artículo de Tal Cual titulado, “Palabras, palabras, palabras” (rememoración política de la antigua canción de la italiana Mina) Efectivamente, Chávez no gobierna con hechos, solamente con palabras. Peor aún: a sus más devotos fieles no interesan los hechos. No importa que al regresar a sus casas adviertan que ninguna de esas palabras se convierte en materia. Lo que importa son las palabras.
Del mismo modo como los creyentes en la eucaristía escuchan que hay otro mundo donde obtendrán la salvación, quienes siguen a Chávez son transportados, mediante el influjo de las palabras, al futuro, el que para que siga siendo futuro no debe cumplirse jamás. En aras de ese imposible futuro Chávez los seduce y los excita. Pero también los adormece con sus palabras. Chávez es, en fin, el opio de su propio pueblo. ¿Cómo derrotar electoralmente a un hipnotizador de muchedumbres? Menuda pregunta y, sin embargo, aunque parezca sorprendente, afirmo en estas líneas que Chávez no es invencible.
No; no me estoy refiriendo a su enfermedad. Cierto es que Chávez, como el gran político que es, ha politizado al cáncer y a todas sus metástasis. Si ayer Chávez concitaba a multitudes que creían en su inmortalidad, hoy lo siguen porque al morir ofrendará su cuerpo frente al altar de la patria. Mal haría la oposición entonces al seguir el macabro juego del presidente enfermo. Lo mejor, es mi opinión, es ignorar su enfermedad. Y ello por dos razones: Si Chávez va a las elecciones, es porque aún estando enfermo, no se siente enfermo. Esa es su propia decisión, y tiene que correr con todos los riesgos que ello implica. La otra razón es que Chávez no es el único que va a morir. O en otras palabras: el no es propietario de la muerte. A la muerte vamos todos. Diciendo lo mismo con las palabras del gran poeta de la cueca chilena, Roberto Parra: “De este mundo nadie sale vivo”. En ese sentido Chávez carece absolutamente de originalidad.
¿Y si Chávez muere antes o durante las elecciones? Desde el punto de vista político esa pregunta no tiene la menor importancia. La política es una actividad que siempre hemos de conjugar en tiempo presente. Las hipótesis, muy importantes en la filosofía y en la ciencia, no sirven para nada en la política. O mejor dicho: lo que la política no da, la biología no lo presta.
Lo importante por el momento es: Chávez, enfermo o no, tiene todas las de ganar, pero no es invencible. Puede perder; más aún, estoy convencido de que si las cosas se hacen bien, Chávez va a sufrir una gran derrota. ¿De dónde saco éste, para muchos, absurdo convencimiento? Permítaseme responder a esa pregunta con una formulación. Ella dice: “La clave de la derrota de Chávez, o lo que es parecido: el camino hacia la salida del callejón comienza con las primarias que realizará la oposición en Febrero del 2012”. Me siento por supuesto obligado a explicar esa formulación y lo haré de inmediato.
Primarias
Las primarias son mucho más que un procedimiento técnico para elegir un candidato cuando no hay acuerdos partidarios. Son, antes que nada, la fuente desde donde un candidato adquiere una legitimación popular, una que va mucho más allá de los partidos convocadores. Las primarias, además, tienen la virtud de dar inicio a la lucha electoral entre una parte de los electores. A través de las primarias los candidatos de un bloque se dan a conocer, exponen sus ideas y principios, muestran efectivamente lo que son. En cierto modo las elecciones primarias rebasan las normas de la democracia delegativa y se inscriben en los marcos de la democracia participativa. Distinta, muy distinta es la actitud de los electores cuando saben que el candidato por el cual votarán es de verdad un “elegido”. Por esas mismas razones las primarias poseen un efecto multiplicador.
Si las elecciones primarias son bien realizadas, si la participación es amplia, y si los contrincantes disputan palmo a palmo la victoria, las primarias despiertan un entusiasmo casi deportivo, aún entre quienes – y esto es quizás lo más importante –no participan en ellas. Suele suceder que cuando la lucha en las elecciones primarias se da al rojo vivo, los apáticos y los apolíticos son sacados de su modorra y comienzan a interesarse por uno u otro candidato. Me atrevería a decir que un ganador de primarias tiene ya asegurada una parte del triunfo electoral en la batalla final, sobre todo cuando enfrenta a un adversario –y este es el caso del chavismo- que no realiza primarias. En breve: el ganador de las primarias entrará en la recta final como un candidato consagrado por la voluntad de una parte importante del pueblo político.
Las opiniones aquí vertidas están, por lo demás, apoyadas en experiencias históricas recientes. La más notable fue sin duda la elección de Barack Obama en las vibrantes primarias en las cuales derrotó a Hillary Clinton. Esas primarias fueron las verdaderas elecciones presidenciales de los EE UU. El triunfo de Obama sobre John McCain –un excelente candidato- fue sólo un trámite formal.
Hay además un ejemplo de breve data. El triunfo de Cristina Fernández en las primarias generales (o elecciones presidenciales previas) consagró su permanencia triunfal en la Casa Rosada. Baste sólo recordar que hace menos de un año la presidenta argentina se encontraba en los escalones más bajos de la popularidad. Sin embargo, Cristina Fernandez ha sabido moverse magistralmente en los intrincados laberintos de la política de su país. Pactando con uno o con otro dudoso personaje; neutralizando a aquel otro; cediendo un par de puntos allá; ocupando espacios vacíos, logró una mayoría abrumadora en las primarias presidenciales. Con ese capital electoral en una de sus carísimas carteras, Cristina ha sido reelegida.
Hay también un ejemplo contrario, uno que muestra lo que puede ocurrir con un candidato cuando éste no es legitimado por primarias. Ocurrió en Chile, durante las elecciones que dieron el triunfo a Sebastián Piñera (2010) Recordemos: el clamor por primarias al interior de la Concertación era en ese tiempo muy grande. Sin embargo, los partidos concertacionistas, fieles al estilo autoritario e intransigente que predomina en la política chilena, optaron por llevar como candidato a Eduardo Frei, un político incapaz de entusiasmar hasta a sus más íntimos amigos. La candidatura de Marco Enríquez Ominami, la que según muchos terminó por sepultar a Frei, fue en cierto modo un grito de rebelión en contra de la radical ausencia de democracia interna mostrada por los concertacionistas chilenos.
Son éstas, y quizás otras más, razones por las cuales las primarias de Febrero del 2012 en Venezuela serán decisivas. A través de la lucha que ya libran Pablo Pérez, Henrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledezma, saldrá el nombre del futuro Presidente de Venezuela. Lo digo y lo subscribo. Y, si alguien me lo pidiera, lo firmo.
¿Quién será el candidato elegido por la oposición?
Por supuesto, no voy a hacer ningún pronóstico. Sin embargo, este artículo quedaría trunco si no especificara cuales son algunas condiciones requeridas para alcanzar el rango de candidato de la oposición. Y bien; de acuerdo a diversas evaluaciones recogidas durante mi breve estadía en Venezuela, creo manejar ciertos criterios que permiten, con algunas limitaciones, nombrar las características que deberá poseer el candidato emergente. En ese sentido, cualquiera que sea, la mayoría de las personas consultadas estiman que el candidato de la oposición debe reunir, por lo menos, las siguientes condiciones:
Poseer atributos personales y programáticos para entusiasmar a los indecisos cuyo número, según las encuestas, sigue siendo muy grande.
Proponer una política social que permita horadar hacia el interior del público chavista. Eso significa, a su vez, ser capaz de unir las nociones de la libertad política con las de la justicia social.
Representar un ideal de reconciliación nacional. Esto es muy importante en un país donde la gente lleva doce años peleándose por nada: por una revolución que nunca existió y por un socialismo que jamás ha tenido ni tendrá lugar. Después de esos doce años hay mucho cansancio, incluso hastío. Creo no equivocarme si aseguro que la mayoría de los venezolanos, tanto los de la oposición como los del chavismo, desean, aunque no lo digan, regresar a una cierta normalidad cotidiana: a una donde la política no sea todo ni todo sea política.
No obstante, más allá de la diversidad de opiniones, hay un punto en donde los opositores están de acuerdo. Todos desean que Chávez no se muera. Todos desean que conserve su buena salud. Ninguno quiere derrotar a un muerto ni tampoco a un agonizante. Al contrario: todos quieren derrotar al mejor Chávez posible. Derrotarlo y después pedirle cuentas, como sucede siempre en las democracias después de un cambio de mando. No quieren la ayuda del destino, ni de la biología, ni mucho menos la de la muerte. Quieren ganar en buena lid pues si no ocurre así, eso lo saben muy bien, el chavismo se convertirá en una religión nacional. Y esa, seguro, no sería una religión del amor.
Originalmente publicado en http://polisfmires.blogspot.com/2011/10/fernando-mires-venezuela-un-callejon.html
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