lunes, 13 de febrero de 2012

La amenaza de la violencia

En el necesario debate por las primarias, entre las posiciones de los sectores de oposición, se encontraban aquellos cuyo principal motivo de desencuentro con el candidato Capriles era su falta de confrontación. Por esta razón creo pertinente recordar las palabras de Robert Kennedy en un discurso en Indianápolis al día siguiente del asesinato de Martin Luther King, que siendo otra tierra y otro momento, refleja algunas ideas necesarias para que las personas podamos vivir en paz unas con las otras, sobre todo en Venezuela, donde desde hace más de 20 años creemos que podremos imponerle al otro lo que pensamos. La traducción puede no ser muy buena, es mi responsabilidad, por lo que agrego el texto original en inglés.

City Club de Cleveland, Cleveland, Ohio, 05 de abril 1968

 Sr. Presidente, Señoras y Señores

Este es un momento de vergüenza y dolor. No es un día para la política. He guardado esta oportunidad, mi único evento de hoy, para hablar un momento con ustedes acerca de la amenaza de la violencia sin sentido en los Estados Unidos que mancha a su vez, nuestra tierra y cada una de nuestras vidas.

No es la preocupación por cualquier raza. Las víctimas de la violencia son blancos y negros, ricos y pobres, viejos y jóvenes, famosos y desconocidos. Ellos son lo más importante, los seres humanos a los que otros seres humanos aman y necesitan. Nadie - no importa donde vive o lo que hace - puede estar seguro que no sufra de algún acto insensato de derramamiento de sangre. Y sin embargo, sigue y sigue y sigue en nuestro país.

¿Por qué? ¿Que ha logrado la violencia? ¿Qué tiene que jamás se haya creado? Ninguna causa de un mártir ha sido silenciado por la bala de un asesino.

No hay error alguno que haya sido corregido por disturbios y desórdenes civiles. Un francotirador es sólo un cobarde, no un héroe, y una turba incontrolada, incontrolable, es sólo la voz de la locura, no la voz de la razón.

Siempre que la vida de cualquier estadounidense es tomada por otro norteamericano innecesariamente - si se hace en el nombre de la ley o en el desafío de la ley, por un solo hombre o de una pandilla, a sangre fría o por la pasión, en un ataque de violencia o en respuesta a la violencia - cada vez que nos desgarran el tejido de la vida que otro hombre ha dolorosa y torpemente tejido para sí mismo y sus hijos, toda la nación se degrada.

"Entre los hombres libres", dijo Abraham Lincoln, "no puede haber una apelación exitosa al recurso de las balas, y los que toman dicho recurso están seguros que perdieron su causa y pagarán las consecuencias."

Sin embargo, nos parece tolerar un nivel creciente de violencia que ignora nuestra humanidad y nuestras demandas de civilidad. Nos calma aceptar los informes periódicos de la masacre civil en tierras lejanas. Glorificamos el asesinato en las pantallas de cine y televisión y lo llamamos entretenimiento. Hacemos que sea fácil para los hombres de todos los matices de cordura adquirir todas las armas y municiones que deseen.

Con demasiada frecuencia, honramos la arrogancia, la fanfarronería y a los detentadores de la fuerza, con demasiada frecuencia excusamos a los que están dispuestos a construir sus propias vidas sobre los sueños destrozados de otros. Algunos estadounidenses que predican la no violencia en el extranjero no la practican aquí en casa. Algunos de los que acusan a otros de incitar a disturbios, invitan a ello con su propia conducta.

Algunos buscan chivos expiatorios, otros buscan conspiraciones, pero esto es muy claro: la violencia engendra violencia, la represión trae venganza, y solo una limpieza de toda nuestra sociedad puede eliminar esta enfermedad de nuestra alma.

Porque hay otros tipos de violencia, más lentos pero igual de destructivos, mortales como los tiros o bombas en la noche. Esta es la violencia de las instituciones, la indiferencia y la inacción y la lenta decadencia. Esta es la violencia que aflige a los pobres, que envenena a los hombres porque su piel tiene diferentes colores. Esta es la destrucción lenta de un niño por hambre, y las escuelas sin libros y los hogares sin calefacción en el invierno.

Esta es la ruptura del espíritu de un hombre, al negarle la posibilidad de presentarse como un padre y como un hombre ante otros hombres. Y esto también nos afecta a todos.

No he venido aquí a proponer una serie de recursos específicos, ni existe una única solución. Para una descripción amplia y adecuada, nosotros sabemos lo que debe hacerse. Cuando le enseñas a un hombre a odiar y a temer a su hermano, cuando se le enseña que él es menos a causa de su color o sus creencias o de las políticas que persigue, cuando se le enseña que aquellos que difieren de los que amenazan su libertad o su trabajo o su familia, entonces también aprende a enfrentarse a otros, no como conciudadanos sino como enemigos, que deben cumplir, no con la cooperación, sino con la conquista, para ser sometido y dominado.

Aprendemos, al final a mirar a nuestros hermanos como extranjeros, a los hombres con los que compartimos una ciudad, pero no una comunidad, hombres ligados a nosotros en la vivienda común, pero no en un esfuerzo común. Aprendemos a compartir sólo un temor común, sólo un deseo común de alejarse el uno del otro, sólo existe un acuerdo común para acabar sus diferencias con la fuerza. Para todo esto, no hay respuestas definitivas.

Sin embargo, sabemos lo que debemos hacer. Se trata de lograr la verdadera justicia entre nuestros conciudadanos. La cuestión no es qué programas debemos tratar de adoptar. La cuestión es si podemos encontrar en nuestro propio medio y en nuestros corazones el liderazgo del propósito humano, que se reconozcan las terribles verdades de nuestra existencia.

Debemos admitir la vanidad de nuestras falsas distinciones entre los hombres y aprender a encontrar nuestro propio avance en la búsqueda de la promoción de los demás. Hay que reconocer en nosotros mismos que el futuro de nuestros propios hijos no puede construirse sobre las desgracias de los demás. Debemos reconocer que esta corta vida no puede ser ennoblecida o enriquecidos por el odio o la venganza.

Nuestra vida en este planeta es demasiado corta y el trabajo que hay que hacer demasiado grande como para dejar que ese espíritu prospere por más tiempo en nuestra tierra. Por supuesto que no se puede vencer con un programa, ni con una resolución.

Pero tal vez podamos recordar, aunque sólo sea por un momento, que los que viven con nosotros son nuestros hermanos, que comparten con nosotros el mismo momento de esta corta vida, que buscan, como nosotros, nada más que la oportunidad de vivir su vida con sus propósitos y felices, ganando la satisfacción que puedan.

Sin duda, este vínculo de la fe común, este vínculo de la meta común, puede empezar a enseñarnos algo. Ciertamente, podemos aprender, por lo menos, a mirar los que nos rodean como semejantes, y seguramente podemos empezar a trabajar, un poco, en curar las heridas entre nosotros y convertirlos en nuestros hermanos y compatriotas de corazón, una vez más.


Mr Chairmen,Ladies And Gentlemen

This is a time of shame and sorrow. It is not a day for politics. I have saved this one opportunity, my only event of today, to speak briefly to you about the mindless menace of violence in America which again stains our land and every one of our lives.

It is not the concern of any one race. The victims of the violence are black and white, rich and poor, young and old, famous and unknown. They are, most important of all, human beings whom other human beings loved and needed. No one - no matter where he lives or what he does - can be certain who will suffer from some senseless act of bloodshed. And yet it goes on and on and on in this country of ours.

Why? What has violence ever accomplished? What has it ever created? No martyr's cause has ever been stilled by an assassin's bullet.

No wrongs have ever been righted by riots and civil disorders. A sniper is only a coward, not a hero; and an uncontrolled, uncontrollable mob is only the voice of madness, not the voice of reason.

Whenever any American's life is taken by another American unnecessarily - whether it is done in the name of the law or in the defiance of the law, by one man or a gang, in cold blood or in passion, in an attack of violence or in response to violence - whenever we tear at the fabric of the life which another man has painfully and clumsily woven for himself and his children, the whole nation is degraded.

"Among free men," said Abraham Lincoln, "there can be no successful appeal from the ballot to the bullet; and those who take such appeal are sure to lost their cause and pay the costs."

Yet we seemingly tolerate a rising level of violence that ignores our common humanity and our claims to civilization alike. We calmly accept newspaper reports of civilian slaughter in far-off lands. We glorify killing on movie and television screens and call it entertainment. We make it easy for men of all shades of sanity to acquire whatever weapons and ammunition they desire.

Too often we honor swagger and bluster and wielders of force; too often we excuse those who are willing to build their own lives on the shattered dreams of others. Some Americans who preach non-violence abroad fail to practice it here at home. Some who accuse others of inciting riots have by their own conduct invited them.

Some look for scapegoats, others look for conspiracies, but this much is clear: violence breeds violence, repression brings retaliation, and only a cleansing of our whole society can remove this sickness from our soul.

For there is another kind of violence, slower but just as deadly destructive as the shot or the bomb in the night. This is the violence of institutions; indifference and inaction and slow decay. This is the violence that afflicts the poor, that poisons relations between men because their skin has different colors. This is the slow destruction of a child by hunger, and schools without books and homes without heat in the winter.

This is the breaking of a man's spirit by denying him the chance to stand as a father and as a man among other men. And this too afflicts us all.

I have not come here to propose a set of specific remedies nor is there a single set. For a broad and adequate outline we know what must be done. When you teach a man to hate and fear his brother, when you teach that he is a lesser man because of his color or his beliefs or the policies he pursues, when you teach that those who differ from you threaten your freedom or your job or your family, then you also learn to confront others not as fellow citizens but as enemies, to be met not with cooperation but with conquest; to be subjugated and mastered.

We learn, at the last, to look at our brothers as aliens, men with whom we share a city, but not a community; men bound to us in common dwelling, but not in common effort. We learn to share only a common fear, only a common desire to retreat from each other, only a common impulse to meet disagreement with force. For all this, there are no final answers.

Yet we know what we must do. It is to achieve true justice among our fellow citizens. The question is not what programs we should seek to enact. The question is whether we can find in our own midst and in our own hearts that leadership of humane purpose that will recognize the terrible truths of our existence.

We must admit the vanity of our false distinctions among men and learn to find our own advancement in the search for the advancement of others. We must admit in ourselves that our own children's future cannot be built on the misfortunes of others. We must recognize that this short life can neither be ennobled or enriched by hatred or revenge.

Our lives on this planet are too short and the work to be done too great to let this spirit flourish any longer in our land. Of course we cannot vanquish it with a program, nor with a resolution.

But we can perhaps remember, if only for a time, that those who live with us are our brothers, that they share with us the same short moment of life; that they seek, as do we, nothing but the chance to live out their lives in purpose and in happiness, winning what satisfaction and fulfillment they can.

Surely, this bond of common faith, this bond of common goal, can begin to teach us something. Surely, we can learn, at least, to look at those around us as fellow men, and surely we can begin to work a little harder to bind up the wounds among us and to become in our own hearts brothers and countrymen once again.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Prestaciones Sociales


Quizás la característica más elocuente del modo de pensar del rentismo venezolano son las prestaciones sociales.
Siempre me ha parecido increíble como los trabajadores venezolanos, no solo permiten, sino que desean que su dinero, el dinero que se ganan trabajando, se lo maneje, guarde, invierta o lo que sea, otro ente o persona y no ellos mismos, inclusive, haciéndoles falta para cubrir sus necesidades básicas.
El Estado, en algunos casos con expresa intención, ha generado en la conciencia general el concepto que los ciudadanos son incapaces de manejar sus ahorros, puesto que no son conscientes de su futuro y por ende personas a las que hay que relevar obligatoriamente de la posibilidad de manejar su porvenir por ellos mismos.
Por otro lado este mismo Estado, de una manera absolutamente irresponsable, obliga a las empresas a ser el custodio del ahorro de sus trabajadores, acarreando dos consecuencias básicas: la primera es el atar el destino de los trabajadores al de la empresa, convirtiendo el destino de dicho capital en un juego de azar, donde sin ninguna garantía de desempeño empresarial, siempre existirá la posibilidad de un trágico final; y lo segundo es la posibilidad del empresario de utilizar un capital que no le pertenece y hacer dinero con él, de forma que los trabajadores se convierten en inversionistas de la empresa en la que trabajan, que si bien perciben un interés por este capital, quien decide como y en que invertir, además de los beneficios de esta inversión es el empleador. En otro orden, el hecho que las prestaciones acarrean un costo directo proporcional al salario del trabajador, de los ajustes laborales estos solo perciben una parte, ya que la otra lo que hace es incrementar la deuda de la empresa para con sus empleados.
El otro caso, no menos pernicioso es el caso en el que el patrono es el mismo Estado. Tenemos el hecho que al ser históricamente los contratos colectivos aprobados por empleados que se beneficiarán del mismo, hay casos de condiciones de prestaciones sociales absurdas, con beneficios que no se corresponden con la realidad y que cargan al Estado de condiciones financieras extremadamente pesadas y adicionalmente, el manejo irresponsable y desordenado de las finanzas del gobierno ha desembocado en que no se toman las previsiones correspondientes y termina generando deudas en el futuro, que no están previstas, que en general se han gravado dos o más veces, siendo hoy por hoy, los pasivos laborales a cargo del Estado una considerable parte de la deuda pública interna. A pesar que la Ley obliga lapsos perentorios para la cancelación de los pasivos laborales, en el caso del Estado, pasan hasta años para que un trabajador pueda cobrar sus prestaciones sociales, colocándolo en una situación crítica, sin ningún tipo de respaldo en este período, además de la correspondiente pérdida de valor adquisitivo de su capital debido a la devaluación acarreada por la inflación acumulada en el tiempo transcurrido entre el fin de la relación laboral y el momento que termina cobrando sus deudas.
Pero, lo que realmente afecta a la condición humana de este régimen de prestaciones es la falta de libertad, el trabajador se convierte en un eunuco, no al estar bajo esta condición, sino al estar obligado a estar en dicha condición. No es posible que cualquier persona no pueda decidir qué tipo de relación pretende con su empleador. Es un concepto de esclavitud moderna puesto que todos tenemos que someternos a esta injusticia si pretendemos trabajar de forma legal en este país.
Resultado: menos oportunidades de trabajo y trabajos de poca calidad, en fin, el sistema en contra de sus ciudadanos.

lunes, 31 de octubre de 2011

Venezuela, un callejón CON salida

Fernando Mires

¿Sobre qué escribir?

Cada vez que viajo a Venezuela resisto a duras penas la tentación de escribir sobre muchísimos temas. Ya en el aeropuerto imaginé, por ejemplo, redactar un artículo sobre ese enjambre formado por el personal, todos con camisas rojas en cuyo reverso se leen consignas de “la revolución” y que me recuerdan a los “chicos” que hacen propaganda a la salida de los supermercados. O sobre el espectáculo que ofrece desde la ventanilla del automóvil esos cientos de casas derrumbándose unas sobre otras. ¿Cómo se las arregla un gobierno “socialista” disponiendo de tan grandes recursos para aumentar de modo exponencial la miseria urbana, por lo menos la visual?

¿O escribiré sobre las calles atestadas de basura, barrios que otrora fueron hermosos, convertidos en charcas nauseabundas? O cuando llego al hotel y enciendo el televisor y me pregunto ¿deberé escribir sobre la propaganda insulsa, aburrida, monótona de los canales estatales, tan similar a la que se calan todos los días los cubanos que todavía no han podido huir de la Isla de la Felicidad? Y a propósito de cubanos: ¿He de escribir sobre el insulto a la soberanía de Venezuela cuando, no pudiendo yo todavía creerlo, miro esa fotografía que muestra como en el Fuerte Paramacay fue izada la bandera cubana antes que la venezolana?

¿O tendré que escribir que cuando intenté cambiar unos pocos euros para beber algún “marrón” en la calle, el vendedor insistió en darme 12 bolívares y no 5 por euro como reza el cambio “oficial”? ¿Escribir por ejemplo que ahí entiendo, por fin, eso del “capitalismo popular”? Venezuela, la de hoy es, en efecto, la síntesis perfecta de lo peor del “socialismo real” con lo más malo del “capitalismo salvaje”. Casi una hazaña tan grande como lograr la inflación más alta del continente contando con uno de los ingresos externos más millonarios del planeta.

Llego a la Universidad y encuentro a mis antiguos amigos y colegas ¿Escribiré que los veo cansados, algunos de ellos ya enfermos? El gobierno se ha propuesto, evidentemente, destruir el sistema universitario, núcleo de la inteligencia nacional. Desde el año 2007 rige el mismo presupuesto universitario en el marco de una inflación cuyo promedio galopa desde el 30 al 35%. La mayoría de los académicos viven endeudados; el dinero simplemente no les alcanza. Algunos procuran trabajos adicionales pero con ello son afectadas las áreas de la investigación y de la enseñanza. Si el gobierno gana las elecciones presidenciales del 2012 no tendrán más alternativa que emigrar, o simplemente rendirse y aceptar las condiciones que impongan los incultos del régimen. Para los últimos, la destrucción de la universidad significa –en su lenguaje militar- ocupar estratégicamente uno de los bastiones de la “burguesía”. Pero hoy, pese a su importancia, no voy a escribir tampoco sobre eso.

Hoy voy a escribir sobre el tema que domina todas las conversaciones. Voy a escribir sobre las próximas elecciones. La razón es simple: Venezuela, desde un punto de vista político es un callejón. Sin elecciones sería un callejón sin salida. Las elecciones son, sin embargo, la salida del callejón ¿Salida hacia dónde?- me preguntó más alguien. -No tengo la menor idea –respondí- puede ser incluso hacia el infierno, o hacia el abismo, pero es una salida. Por lo demás, no hay otra alternativa.

¿Las elecciones, salida del callejón?

El Presidente se encuentra lanzado desde hace más de un año en plena campana electoral. Su principal objetivo, diría: su único objetivo, es derrotar (demoler, dice él) a la oposición para, libre de trabas electorales, comenzar a construir al fin –después de 12 años de vacaciones- el “socialismo del siglo XXl”. Chávez ve, indudablemente, su para él seguro triunfo electoral de Octubre del 2012 como el triunfo definitivo de la revolución. “La madre de todas las batallas electorales” tendrá lugar el 2012 y la oposición lo sabe tan bien como Chávez, y es por eso que, en la medida de sus menguadas posibilidades, ordena sus filas, ajusta sus programas, imagina sus consignas. En el 2012 se jugarán la vida; no la biológica, por supuesto; pero sí la ciudadana. La vida de ellos y la de las generaciones futuras también.

Leyendo el texto de Margarita López Maya publicado en esta misma edición de POLIS confirmo lo que sabía: la contienda será extremadamente desigual. Además del control y dominio que ejerce el Presidente sobre los medios visuales, cuenta con el barril sin fondo que es ese tesoro público destinado a vaciarse a favor de Chávez durante cada elección.

Meses antes de la elección –ocurre siempre en la Venezuela de Chávez- habrá súbitos aumentos de sueldos; neveras y televisores caerán como maná del cielo en los barrios pobres y, como en otras ocasiones, hasta dinero en efectivo correrá por las calles. Por si fuera poco, el ejecutivo ejerce control total sobre el aparato judicial. El aparato electoral como ya sabemos, no emite ningún resultado sin la venia previa del Presidente. El contingente de empleados y obreros estatales es inmenso y en cada movilización donde intervenga Chávez será movilizado en autobuses - de pueblo a pueblo; de departamento a departamento; de provincia a provincia- so pena de sufrir sanciones según listas que confeccionen los funcionarios (sobre todo cubanos) de la seguridad interior. El ejército y policía chavistas cercarán las movilizaciones de la oposición y abrirán las más amplias avenidas a las del gobierno. Si a ello sumamos los grupos de choque adictos al régimen (pelotones, escuadras, milicias “populares” y batallones de civiles armados) cabe esperar que el chavismo copará las calles centímetro por centímetro, lugar por lugar, esquina por esquina, bombo con platillo. Y si leemos, además, el artículo de Nelly Arenas también publicado en POLIS, sabremos como el gobierno ha convertido las llamadas misiones, concejos comunales, comunas, círculos bolivarianos, y otras “organizaciones populares”, en instituciones corporativas dependientes ya no sólo del Estado sino de la propia persona del Presidente. Todo eso y mucho más ya lo los venezolanos, chavistas o no.

Si tuviéramos que hacer una comparación futbolística tendríamos que decir entonces que el oficialismo aparecerá en la contienda electoral como el Real Madrid con toda su dotación, y el adversario como un simple y modesto equipo de barrio. No obstante, y a esa alternativa le estoy apostando, no sería ésta la primera vez en que, tanto en el fútbol como en la política, los que aparecen como menos favoritos dan la sorpresa final. Los mismos venezolanos ya vieron como Venezuela ganó a Argentina 1:0 en las eliminatorias hacia el mundial de Brasil.

Como suele suceder en todas partes hay en Venezuela algunos opositores optimistas, otros pesimistas, y una gran mayoría que se debate en la más profunda de las incertidumbres. Tanto optimistas como pesimistas argumentan con buenas razones. Los optimistas aducen que la gestión del gobierno ha sido catastrófica en todos los rubros, sobre todos en los de empleo, justicia social, seguridad pública, educación, salud, vivienda, y muchos más. A ello se suma la absoluta falta de transparencia, lo que evidentemente oculta uno de los saqueos más espectaculares a las arcas fiscales que haya ocurrido en alguna nación. La “boli-burguesía”, como llaman los venezolanos al chavismo estatal, es ya una nueva clase social no dirigente, pero sí dominante.

Teodoro Petkoff, a quien siempre hay que tomar en serio, refuerza el partido de los optimistas con dos tesis fundamentales. La primera: nunca el gobierno ha estado peor y nunca la oposición ha estado mejor que ahora. La segunda: la tendencia electoral en Venezuela se inclina lentamente, pero de modo sostenido, hacia el campo de la oposición. Según Petkoff esa tendencia ya es irreversible. Ahora bien, ambas tesis son irrefutables. El problema, y a ese lado apuntan los pesimistas, es si esas tendencias son suficientes para derrotar a Chávez.

En cualquier caso, aparte de un reducido grupo de super-optimistas quienes opinan que ante la catástrofe generalizada, a la que se suma la enfermedad presidencial, “cualquiera le gana a Chávez”, la verdad es exactamente al revés: Chávez, aún enfermo, “puede ganar a cualquiera”. Eso no significa, por supuesto, que Chávez sea invencible. Significa solamente que se trata de un enemigo muy difícil de derrotar. Esa es la razón por la cual los pesimistas –más allá del control mafioso y fraudulento que ejercerá el gobierno sobre el proceso electoral- piensan que el “factor Chávez” será decisivo. Eso quiere decir que a diferencia de elecciones pasadas, donde actuaban los mediocres candidatos de Chávez, en las elecciones presidenciales el actor principal será el mismo Chávez. Y eso cambia no sólo a las reglas. También cambia el juego.

El “factor Chávez”

Hugo Chávez no es el gobernante más autoritario de nuestro tiempo pero sin duda es el más personalista que ha conocido la historia latinoamericana durante todo el siglo XX y lo que va del XXl en América Latina. Recordemos, para poner un ejemplo, que hasta Perón estaba condicionado por los aparatos sindicales del “justicialismo”. No así Chávez. Entre “el pueblo chavista” y Chávez no hay ninguna mediación.
Chávez, para los suyos, es el pueblo encarnado en el Estado. Chávez es el Partido, el gobierno, el presente y el futuro, incluso la eternidad. Chávez es a la vez la ley. Cada ocurrencia suya, por más estrambótica que sea, se convierte espontáneamente en un decreto, aunque éste no se cumpla jamás. En fin, si hay peronismo sin Perón, no puede haber chavismo sin Chávez. E incluso, si Chávez muere, quienes lo representen en el futuro actuarán como ejecutores de las voces de ultratumba. Lo que quiero decir en fin, es que no estamos frente a un proceso lógico sino ante un fenómeno colectivo donde la magia sustituye a la razón, el significante al significado, el héroe al político y el mito al pensamiento. Chávez y el chavismo, más que un fenómeno sociológico, es uno cultural. Por otra parte, estamos frente a un caso de psicosis colectiva, el que al serlo tal, escapa a todos los pronósticos, encuestas y predicciones.

Quizás quien mejor ha dado en el clavo al caracterizar al gobierno de Chávez ha sido Teodoro Petkoff en un artículo de Tal Cual titulado, “Palabras, palabras, palabras” (rememoración política de la antigua canción de la italiana Mina) Efectivamente, Chávez no gobierna con hechos, solamente con palabras. Peor aún: a sus más devotos fieles no interesan los hechos. No importa que al regresar a sus casas adviertan que ninguna de esas palabras se convierte en materia. Lo que importa son las palabras.

Del mismo modo como los creyentes en la eucaristía escuchan que hay otro mundo donde obtendrán la salvación, quienes siguen a Chávez son transportados, mediante el influjo de las palabras, al futuro, el que para que siga siendo futuro no debe cumplirse jamás. En aras de ese imposible futuro Chávez los seduce y los excita. Pero también los adormece con sus palabras. Chávez es, en fin, el opio de su propio pueblo. ¿Cómo derrotar electoralmente a un hipnotizador de muchedumbres? Menuda pregunta y, sin embargo, aunque parezca sorprendente, afirmo en estas líneas que Chávez no es invencible.

No; no me estoy refiriendo a su enfermedad. Cierto es que Chávez, como el gran político que es, ha politizado al cáncer y a todas sus metástasis. Si ayer Chávez concitaba a multitudes que creían en su inmortalidad, hoy lo siguen porque al morir ofrendará su cuerpo frente al altar de la patria. Mal haría la oposición entonces al seguir el macabro juego del presidente enfermo. Lo mejor, es mi opinión, es ignorar su enfermedad. Y ello por dos razones: Si Chávez va a las elecciones, es porque aún estando enfermo, no se siente enfermo. Esa es su propia decisión, y tiene que correr con todos los riesgos que ello implica. La otra razón es que Chávez no es el único que va a morir. O en otras palabras: el no es propietario de la muerte. A la muerte vamos todos. Diciendo lo mismo con las palabras del gran poeta de la cueca chilena, Roberto Parra: “De este mundo nadie sale vivo”. En ese sentido Chávez carece absolutamente de originalidad.
¿Y si Chávez muere antes o durante las elecciones? Desde el punto de vista político esa pregunta no tiene la menor importancia. La política es una actividad que siempre hemos de conjugar en tiempo presente. Las hipótesis, muy importantes en la filosofía y en la ciencia, no sirven para nada en la política. O mejor dicho: lo que la política no da, la biología no lo presta.

Lo importante por el momento es: Chávez, enfermo o no, tiene todas las de ganar, pero no es invencible. Puede perder; más aún, estoy convencido de que si las cosas se hacen bien, Chávez va a sufrir una gran derrota. ¿De dónde saco éste, para muchos, absurdo convencimiento? Permítaseme responder a esa pregunta con una formulación. Ella dice: “La clave de la derrota de Chávez, o lo que es parecido: el camino hacia la salida del callejón comienza con las primarias que realizará la oposición en Febrero del 2012”. Me siento por supuesto obligado a explicar esa formulación y lo haré de inmediato.

Primarias

Las primarias son mucho más que un procedimiento técnico para elegir un candidato cuando no hay acuerdos partidarios. Son, antes que nada, la fuente desde donde un candidato adquiere una legitimación popular, una que va mucho más allá de los partidos convocadores. Las primarias, además, tienen la virtud de dar inicio a la lucha electoral entre una parte de los electores. A través de las primarias los candidatos de un bloque se dan a conocer, exponen sus ideas y principios, muestran efectivamente lo que son. En cierto modo las elecciones primarias rebasan las normas de la democracia delegativa y se inscriben en los marcos de la democracia participativa. Distinta, muy distinta es la actitud de los electores cuando saben que el candidato por el cual votarán es de verdad un “elegido”. Por esas mismas razones las primarias poseen un efecto multiplicador.

Si las elecciones primarias son bien realizadas, si la participación es amplia, y si los contrincantes disputan palmo a palmo la victoria, las primarias despiertan un entusiasmo casi deportivo, aún entre quienes – y esto es quizás lo más importante –no participan en ellas. Suele suceder que cuando la lucha en las elecciones primarias se da al rojo vivo, los apáticos y los apolíticos son sacados de su modorra y comienzan a interesarse por uno u otro candidato. Me atrevería a decir que un ganador de primarias tiene ya asegurada una parte del triunfo electoral en la batalla final, sobre todo cuando enfrenta a un adversario –y este es el caso del chavismo- que no realiza primarias. En breve: el ganador de las primarias entrará en la recta final como un candidato consagrado por la voluntad de una parte importante del pueblo político.

Las opiniones aquí vertidas están, por lo demás, apoyadas en experiencias históricas recientes. La más notable fue sin duda la elección de Barack Obama en las vibrantes primarias en las cuales derrotó a Hillary Clinton. Esas primarias fueron las verdaderas elecciones presidenciales de los EE UU. El triunfo de Obama sobre John McCain –un excelente candidato- fue sólo un trámite formal.
Hay además un ejemplo de breve data. El triunfo de Cristina Fernández en las primarias generales (o elecciones presidenciales previas) consagró su permanencia triunfal en la Casa Rosada. Baste sólo recordar que hace menos de un año la presidenta argentina se encontraba en los escalones más bajos de la popularidad. Sin embargo, Cristina Fernandez ha sabido moverse magistralmente en los intrincados laberintos de la política de su país. Pactando con uno o con otro dudoso personaje; neutralizando a aquel otro; cediendo un par de puntos allá; ocupando espacios vacíos, logró una mayoría abrumadora en las primarias presidenciales. Con ese capital electoral en una de sus carísimas carteras, Cristina ha sido reelegida.

Hay también un ejemplo contrario, uno que muestra lo que puede ocurrir con un candidato cuando éste no es legitimado por primarias. Ocurrió en Chile, durante las elecciones que dieron el triunfo a Sebastián Piñera (2010) Recordemos: el clamor por primarias al interior de la Concertación era en ese tiempo muy grande. Sin embargo, los partidos concertacionistas, fieles al estilo autoritario e intransigente que predomina en la política chilena, optaron por llevar como candidato a Eduardo Frei, un político incapaz de entusiasmar hasta a sus más íntimos amigos. La candidatura de Marco Enríquez Ominami, la que según muchos terminó por sepultar a Frei, fue en cierto modo un grito de rebelión en contra de la radical ausencia de democracia interna mostrada por los concertacionistas chilenos.

Son éstas, y quizás otras más, razones por las cuales las primarias de Febrero del 2012 en Venezuela serán decisivas. A través de la lucha que ya libran Pablo Pérez, Henrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledezma, saldrá el nombre del futuro Presidente de Venezuela. Lo digo y lo subscribo. Y, si alguien me lo pidiera, lo firmo.

¿Quién será el candidato elegido por la oposición?

Por supuesto, no voy a hacer ningún pronóstico. Sin embargo, este artículo quedaría trunco si no especificara cuales son algunas condiciones requeridas para alcanzar el rango de candidato de la oposición. Y bien; de acuerdo a diversas evaluaciones recogidas durante mi breve estadía en Venezuela, creo manejar ciertos criterios que permiten, con algunas limitaciones, nombrar las características que deberá poseer el candidato emergente. En ese sentido, cualquiera que sea, la mayoría de las personas consultadas estiman que el candidato de la oposición debe reunir, por lo menos, las siguientes condiciones:
Poseer atributos personales y programáticos para entusiasmar a los indecisos cuyo número, según las encuestas, sigue siendo muy grande.

Proponer una política social que permita horadar hacia el interior del público chavista. Eso significa, a su vez, ser capaz de unir las nociones de la libertad política con las de la justicia social.
Representar un ideal de reconciliación nacional. Esto es muy importante en un país donde la gente lleva doce años peleándose por nada: por una revolución que nunca existió y por un socialismo que jamás ha tenido ni tendrá lugar. Después de esos doce años hay mucho cansancio, incluso hastío. Creo no equivocarme si aseguro que la mayoría de los venezolanos, tanto los de la oposición como los del chavismo, desean, aunque no lo digan, regresar a una cierta normalidad cotidiana: a una donde la política no sea todo ni todo sea política.

No obstante, más allá de la diversidad de opiniones, hay un punto en donde los opositores están de acuerdo. Todos desean que Chávez no se muera. Todos desean que conserve su buena salud. Ninguno quiere derrotar a un muerto ni tampoco a un agonizante. Al contrario: todos quieren derrotar al mejor Chávez posible. Derrotarlo y después pedirle cuentas, como sucede siempre en las democracias después de un cambio de mando. No quieren la ayuda del destino, ni de la biología, ni mucho menos la de la muerte. Quieren ganar en buena lid pues si no ocurre así, eso lo saben muy bien, el chavismo se convertirá en una religión nacional. Y esa, seguro, no sería una religión del amor.

Originalmente publicado en http://polisfmires.blogspot.com/2011/10/fernando-mires-venezuela-un-callejon.html

martes, 31 de agosto de 2010

PATRIA, SOCIALISMO Y MUERTE

Si algo ha caracterizado esta década fatal para Venezuela ha sido la muerte. La relación del régimen con la muerte es íntima, cómplice y sin duda complaciente. Es la amante peligrosa de un tipejo insignificante que se cree importante por andar con semejante mujerón, aunque ello represente, eventualmente, su desgracia.
¿Y ella?, feliz de que la alimenten de una manera tan profusa, más de 120.000 asesinatos en esta década, más de 19.000 solo en el año 2.009, y no hemos mencionados aquellos que simplemente les tocaba morirse: viejitos, enfermos, accidentes, o aquellos que forzaron la barra como suicidados, o el que se partió la crisma porque se lanzó en parapente, no nada de eso, eso es marginal, el grueso es un genocidio patrocinado por el estado de jóvenes entre 15 y 25 años, varones, que según el brujo mayor, jamás serán socialistas, así que, si se matan, mejor.
Y como de mal gusto se trata, y les pareció que no era lo suficientemente macabra la película, ahora revuelven la tumba de Bolívar y sus hermanas, sin el más mínimo decoro, y con el irrespeto absoluto a su familia, perfectamente conocida, así como al resto de la sociedad que no reacciona por una simple razón: está perpleja, no sale de su asombro, no entiende el por qué y el para qué de tamaña estupidez.
Mi padre decía que sabemos que estamos viejos cuando en vez de vernos en las fiestas, nos vemos en los entierros, pero nos hicieron viejos muy jóvenes, en estos años ha muerto mucha gente que no mencionaré porque todos los hijos, padres, abuelos, hermanos, primos, amigos o simplemente conocidos muertos son tan importantes como los otros, pero el sueño de esta gente de pasar a la posteridad en una gesta heroica se cumplirá a medias, nunca, nadie olvidará el GOBIERNO DE LA MUERTE, pero los héroes serán, los que acaben con ellos.

jueves, 25 de febrero de 2010

Carta abierta a la diputada Iris Varela

He visto con asombro su propuesta ante la Asamblea Nacional, para quitarle la nacionalidad a un grupo de venezolanos nacidos en otras tierras y que no están de acuerdo con el régimen actual. Pues bien déjeme echarle mi cuento El 19 de agosto de 1954, desembarqué junto con mis padres y 6 hermanos del Américo Vespuccio, barco en el cual zarpamos 12 días antes desde el puerto de Barcelona, España, país donde nací y que conste sin mi permiso ni autorización, pues como Ud. debería saber, nadie escoge ni el sitio, ni la fecha ni el hogar de su nacimiento . Pero sepa que me siento muy orgulloso de mis raíces, de mis antepasados, todos, gente honesta, trabajadora, con arraigados principios morales y honorables. 

 A los dos días de llegar a Venezuela, continuamos el viaje hacia la isla de Margarita, donde mi padre había conseguido trabajo. En Porlamar, transcurrieron mis años de infancia, allí, bajo la dictadura de Pérez Jiménez, terminé la primaria y comencé el bachillerato, aprendí a tocar cuatro, a comer empanadas de queso y cazón, pastel de chucho, carite, arepas y casabe, conocí el Retablo de las Maravillas, el béisbol, Conticinio y Dama Antañona, el galerón y la geografía e historia de mi nueva patria. 

Conocí un pedacito del país y también supe lo que era una dictadura. Para el año 1958, cuando me imagino que hablaba con acento margariteño trasladaron a mi padre a la ciudad de Mérida, en el viaje venía otro miembro de la familia, mi hermano menor nacido en Porlamar. 

 Aquí en Mérida, donde resido desde esa fecha terminé el bachillerato, me gradué de ingeniero en la ULA, me enamoré, me case con una caraqueña, he tenido dos hijas y dos hijos, tres caraqueños y un merideño, una es médica, otra odontóloga, un Ingeniero, y el cuarto está terminando su carrera en la ULA. 

 Aquí le tomé gusto a los valses, al joropo, al pisillo de chiguire, a la arepa andina, al Quinteto Contrapunto, a Serenata Guayanesa, a la chicha andina, a los pastelitos de carne o de queso, a Morella Muñoz, a Simón Díaz, al queso ahumado, a Freddy Reyna y a Carlos Reyna, al vals Amelia a Chelique y Rosa Teresa, a los aguinaldos, a Alírio Díaz, al cuatro que practico desde 1956, y a Fúlgida Luna, al papelón con limón, y al pastel de morrocoy, al hervido de gallina y a la písca andina, a una puesta de sol en Juan Griego o la satisfacción de haber ascendido 6 veces al Pico Bolivar. 

 Conozco el país, desde Guanare hasta Elorza, desde Santa Elena de Uairén hasta Manzanillo, desde Tucupita hasta San Antonio del Táchira, desde el cabo de San Román hasta Puerto Ayacucho, desde Los Testigos hasta Los Roques. He navegado el Apure, dormido en Bruzual, desayunado en Achaguas y almorzado en San Fernando. 

 Este año cumplo 50 años en Venezuela, no me acuerdo cuando me hice venezolano, pero por mi cedula que empieza por 3 millones Ud. lo puede suponer. Yo sí escogí vivir aquí, yo sí escogí mi país y déjeme decirle que lo quiero con toda mi alma y por ello deseo fervientemente que este régimen termine de la mejor manera posible, para que tengamos una vida mejor, sin odios ni venganzas como las que Ud. propone.

 Si por oponerme a este régimen Ud. decidiera quitarme la nacionalidad, seguro que gracias a la injusticia que impera actualmente Ud. podrá quitarme un papel, un pasaporte, mi cédula, pero nunca, óigalo bien, nunca me quitará 50 años de vida. ¿Como me quitará mi infancia, juventud y madurez que la viví aquí, como me quitara mi familia, mis 11 sobrinos venezolanos, mis 6 sobrinos nietos, mis cuñados y cuñadas criollos por muchas generaciones, mi gusto por una arepa bien resuelta o una cachapa con queso de mano preparada en un tarantín a orilla de carretera.

 Nunca me quitará mi pasión por la música venezolana, por el cuatro y la guitarra, por Andrés Eloy, Rómulo Gallegos, Uslar Pietri o Aquiles Nazoa. Poder visitar la tumba de mi padre que nunca regresó. Mi orgullo por las tres promociones de ingenieros civiles que llevan mi nombre, ni los miles de ingenieros que he ayudado a formar a través de 35 años como profesor de la ULA. 

 No diputada, lo más que hará es quitarme un papel, pero jamás, téngalo por seguro, jamás, ni siquiera muerto, podrá quitarme mi amor por Venezuela, que si a ver vamos es mas mía que suya porque yo he vivido en ella mas que Ud, he construido y Ud con su resentimiento y su odio solo aporta miseria y destrucción. 

 Y aunque le duela me despido con un:

 Su compatriota y lástima que no pueda decir amigo

 

Eduardo Jauregui

Profesor de la Escuela de Ingeniería de La Ilustre Universidad de los Andes

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Discurso de Oscar Arias en la Cumbre de las Américas 2009

Le agradezco mucho a mi amigo Manuel Granda, el haberme hecho llegar estas palabras, realmente debemos leerlas y reflexionar al respecto.

"ALGO HICIMOS MAL

Costa Rica, Domingo 26 de abril de 2009

Palabras del presidente Óscar Arias en la Cumbre de las Américas

Trinidad y Tobago, 18 de abril del 2009

Tengo la impresión de que cada vez que los países caribeños y latinoamericanos se reúnen con el presidente de los Estados Unidos de América, es para pedirle cosas o para reclamarle cosas. Casi siempre, es para culpar a Estados Unidos de nuestros males pasados, presentes y futuros. No creo que eso sea del todo justo.
No podemos olvidar que América Latina tuvo universidades antes de que Estados Unidos creara Harvard y William & Mary, que son las primeras universidades de ese país. No podemos olvidar que en este continente, como en el mundo entero, por lo menos hasta 1750 todos los americanos eran más o menos iguales: todos eran pobres.
Cuando aparece la Revolución Industrial en Inglaterra, otros países se montan en ese vagón: Alemania, Francia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda… y así la Revolución Industrial pasó por América Latina como un cometa, y no nos dimos cuenta. Ciertamente perdimos la oportunidad.
También hay una diferencia muy grande. Leyendo la historia de América Latina, comparada con la historia de Estados Unidos, uno comprende que Latinoamérica no tuvo un John Winthrop español, ni portugués, que viniera con la Biblia en su mano dispuesto a construir “una Ciudad sobre una Colina”, una ciudad que brillara, como fue la pretensión de los peregrinos que llegaron a Estados Unidos.
Hace 50 años, México era más rico que Portugal. En 1950, un país como Brasil tenía un ingreso per cápita más elevado que el de Corea del Sur. Hace 60 años, Honduras tenía más riqueza per cápita que Singapur, y hoy Singapur –en cuestión de 35 ó 40 años– es un país con $40.000 de ingreso anual por habitante. Bueno, algo hicimos mal los latinoamericanos.

¿Qué hicimos mal?

No puedo enumerar todas las cosas que hemos hecho mal. Para comenzar, tenemos una escolaridad de 7 años. Esa es la escolaridad promedio de América Latina y no es el caso de la mayoría de los países asiáticos. Ciertamente no es el caso de países como Estados Unidos y Canadá, con la mejor educación del mundo, similar a la de los europeos. De cada 10 estudiantes que ingresan a la secundaria en América Latina, en algunos países solo uno termina esa secundaria. Hay países que tienen una mortalidad infantil de 50 niños por cada mil, cuando el promedio en los países asiáticos más avanzados es de 8, 9 ó 10.
Nosotros tenemos países donde la carga tributaria es del 12% del producto interno bruto, y no es responsabilidad de nadie, excepto la nuestra, que no le cobremos dinero a la gente más rica de nuestros países. Nadie tiene la culpa de eso, excepto nosotros mismos.
En 1950, cada ciudadano norteamericano era cuatro veces más rico que un ciudadano latinoamericano. Hoy en día, un ciudadano norteamericano es 10, 15 ó 20 veces más rico que un latinoamericano. Eso no es culpa de Estados Unidos, es culpa nuestra
En mi intervención de esta mañana, me referí a un hecho que para mí es grotesco, y que lo único que demuestra es que el sistema de valores del siglo XX, que parece ser el que estamos poniendo en práctica también en el siglo XXI, es un sistema de valores equivocado. Porque no puede ser que el mundo rico dedique 100.000 millones de dólares para aliviar la pobreza del 80% de la población del mundo en un planeta que tiene 2.500 millones de seres humanos con un ingreso de $2 por día y que gaste 13 veces más ($1.300.000.000.000) en armas y soldados.
Como lo dije esta mañana, no puede ser que América Latina se gaste $50.000 millones en armas y soldados. Yo me pregunto: ¿quién es el enemigo nuestro? El enemigo nuestro, presidente Correa, de esa desigualdad que usted apunta con mucha razón, es la falta de educación; es el analfabetismo; es que no gastamos en la salud de nuestro pueblo; que no creamos la infraestructura necesaria, los caminos, las carreteras, los puertos, los aeropuertos; que no estamos dedicando los recursos necesarios para detener la degradación del medio ambiente; es la desigualdad que tenemos, que realmente nos avergüenza; es producto, entre muchas cosas, por supuesto, de que no estamos educando a nuestros hijos y a nuestras hijas.
Uno va a una universidad latinoamericana y todavía parece que estamos en los sesenta, setenta u ochenta. Parece que se nos olvidó que el 9 de noviembre de 1989 pasó algo muy importante, al caer el Muro de Berlín, y que el mundo cambió. Tenemos que aceptar que este es un mundo distinto, y en eso francamente pienso que todos los académicos, que toda la gente de pensamiento, que todos los economistas, que todos los historiadores, casi que coinciden en que el siglo XXI es el siglo de los asiáticos, no de los latinoamericanos. Y yo, lamentablemente, coincido con ellos. Porque mientras nosotros seguimos discutiendo sobre ideologías, seguimos discutiendo sobre todos los “ismos” (¿cuál es el mejor? capitalismo, socialismo, comunismo,liberalismo, neoliberalismo, socialcristianismo...), los asiáticos encontraron un “ismo” muy realista para el siglo XXI y el final del siglo XX, que es el pragmatismo . Para solo citar un ejemplo, recordemos que cuando Deng Xiaoping visitó Singapur y Corea del Sur, después de haberse dado cuenta de que sus propios vecinos se estaban enriqueciendo de una manera muy acelerada, regresó a Pekín y dijo a los viejos camaradas maoístas que lo habían acompañado en la Larga Marcha: “Bueno, la verdad, queridos camaradas, es que mí no me importa si el gato es blanco o negro, lo único que me interesa es que cace ratones” . Y si hubiera estado vivo Mao, se hubiera muerto de nuevo cuando dijo que “ la verdad es que enriquecerse es glorioso ”. Y mientras los chinos hacen esto, y desde el 79 a hoy crecen a un 11%, 12% o 13%, y han sacado a 300 millones de habitantes de la pobreza, nosotros seguimos discutiendo sobre ideologías que tuvimos que haber enterrado hace mucho tiempo atrás.
La buena noticia es que esto lo logró Deng Xioping cuando tenía 74 años. Viendo alrededor, queridos Presidentes, no veo a nadie que esté cerca de los 74 años. Por eso solo les pido que no esperemos a cumplirlos para hacer los cambios que tenemos que hacer.

Muchas gracias

jueves, 1 de octubre de 2009

El Algebra de Baldor



Cortesía de Mercedes Díez


Baldor cuyo nombre es inmediatamente relacionado con su principal libro que ha sido quizás el que más terror o pasión ha despertado en los estudiantes de la secundaria y de bachillerato de toda Latinoamérica, no nació en Bagdad como hasta hoy pensábamos muchos. Nació en La Habana, Cuba, y su problema más difícil no fue una operación matemática, sino la revolución de Fidel Castro. Esa fue la única ecuación inconclusa del creador del Álgebra de Baldor, Aurelio Ángel Baldor (1906-1978).

Un apacible abogado y matemático que se encerraba durante largas jornadas en su habitación, armado sólo de lápiz y papel, para escribir un texto que desde 1941 aterroriza y apasiona a millones de estudiantes de toda Latinoamérica. El Álgebra de Baldor, es el libro más consultado en los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la Patagonia, lo es aún más que El Quijote de la Mancha.

Tenebroso para algunos, misterioso para otros y definitivamente indescifrable para los adolescentes que intentan resolver sus "misceláneas" a altas horas de la madrugada; es por lo demás un texto que permanece en la cabeza de tres generaciones que ignoran que su autor, Aurelio Ángel Baldor, no es el terrible hombre árabe que observa con desdén calculado a sus alumnos amedrentados, sino el hijo menor de Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de octubre de 1906 en La Habana, y portador de un apellido que significa "valle de oro" y que viajó desde Bélgica hasta Cuba sin tocar la tierra de Scherezada.

Daniel Baldor quien reside actualmente en Miami y es el tercero de los siete hijos del célebre matemático, es inversionista, consultor y hombre de finanzas y además quien vivió directamente el drama que se ensañó con su familia en los días de la revolución de Fidel Castro junto a sus padres, sus seis hermanos y la abnegada nana negra que los acompañó durante más de cincuenta años. Él nos narra una síntesis de esa historia.

"Aurelio Baldor (mi padre) era el educador más importante de la isla cubana durante los años cuarenta y cincuenta. Era fundador y director del Colegio Baldor, una institución que tenía 3,500 alumnos y 32 buses en la calle 23 y 4, en la exclusiva zona residencial del Vedado. Fue un hombre tranquilo y enorme, enamorado de la enseñanza y de mi madre, quien hoy lo sobrevive, y se pasaba el día ideando acertijos matemáticos y juegos con números", recuerda Daniel, y evoca a su padre caminando con sus 100 kilos de peso y su proverbial altura de un metro con noventa y cinco centímetros por los corredores del colegio, siempre con un cigarrillo en la boca, recitando frases de Martí y con su álgebra bajo el brazo, que para entonces, en lugar del retrato del sabio árabe intimidante, lucía una sobria carátula roja".

Los Baldor vivían en las playas de Tarará en una casa grande y lujosa donde las puestas de sol se despedían con un color distinto cada tarde y donde el profesor dedicaba sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios matemáticos y a fumar, la única pasión que lo distraía por instantes de los números y las ecuaciones. La casa aún existe y la administra el Estado cubano.

Hoy hace parte de una villa turística para extranjeros que pagan cerca de dos mil dólares para pasar una semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el "Che" Guevara, quien vivía a pocas casas de la suya en el mismo barrio.

"Mi padre era un hombre devoto de Dios, de la patria y de su familia", afirma Daniel. "Cada día rezábamos el rosario y todos los domingos, sin falta, íbamos a misa de seis, una costumbre que no se perdió ni siquiera después en el exilio". Eran los días de riqueza y filantropía, días en que los Baldor ocupaban una posición privilegiada en la escalera social de la isla y que se esmeraban en distribuir justicia social por medio de becas en el colegio y ayuda económica para los enfermos de cáncer.

El 2 de enero de 1959 los hombres de barba que luchaban contra Fulgencio Batista tomaron La Habana. No pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera personalmente al Colegio Baldor y le ofreciera la revolución al director del colegio. "Fidel fue a decirle a mi padre que la revolución estaba con la educación y que le agradecía su valiosa labor de maestro..., pero ya estaba planeando otra cosa", recuerda Daniel. Los planes tendría que ejecutarlos Raúl Castro, hermano del líder del nuevo gobierno, y una calurosa tarde de septiembre envió a un piquete de revolucionarios hasta la casa del profesor con la orden de detenerlo. Sólo una contraorden de Camilo Cienfuegos, quien defendía con devoción de alumno el trabajo de Aurelio Baldor, lo salvó de ir a prisión. Pero apenas un mes después la familia Baldor se quedó sin protección, pues Cienfuegos, en un vuelo entre Camagüey y La Habana, desapareció en medio de un mar furioso que se lo tragó para siempre.

"Nos vamos de vacaciones para México", nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como si se tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión milimétrica cómo teníamos que prepararnos. Era el 19 de Julio de 1960 y él estaba más sombrío que de costumbre. Mi padre era un hombre que no dejaba traslucir sus emociones, muy analítico, de una fachada estricta, durísima, pero ese día algo misterioso en su mirada nos decía que las cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo", dice el hijo de Baldor.

Un vuelo de Mexicana de Aviación los dejó en la capital azteca. La respiración de Aurelio Baldor estaba agitada, intranquila, como si el aire mexicano le advirtiera que jamás regresaría a su isla y que moriría lejos, en el exilio. El profesor, además del dolor del destierro, cargaba con otro temor. Era infalible en matemáticas y jamás se equivocaba en las cuentas, así que si calculaba bien, el dinero que llevaba le alcanzaría apenas para algunos meses. Partía acompañado de una pobreza monacal que ya sus libros no podrían resolver, pues doce años atrás había vendido los derechos de su álgebra y su aritmética a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y había invertido el dinero que obtuvo de ello en su escuela y en su país.

La lucha empezaba. Los Baldor, incluida la nana, se estacionaron con paciencia durante 14 días en México y después se trasladaron hasta Nueva Orleans, en Estados Unidos, donde se encontraron con el fantasma vivo de la segregación racial. Aurelio, su mujer y sus hijos eran de color blanco y no tenían problemas, pero Magdalena, la nana, una soberbia mulata cubana, tenía que separarse de ellos si subían a un bus o llegaban a un lugar público.

Aurelio Baldor, heredero de los ideales libertarios de José Martí, no soportó el trato y decidió llevarse a la familia hasta Nueva York, donde consiguió alojamiento en el segundo piso de la propiedad de un italiano en Brooklyn, un vecindario formado por inmigrantes puertorriqueños, italianos, judíos y por toda la melancolía de la pobreza.

El profesor, hombre friolento por naturaleza, sufrió aun más por la falta de agua caliente en su nueva vivienda, que por el desolador panorama que percibía desde la única ventana del segundo piso. La aristocrática familia que invitaba a cenar a ministros y grandes intelectuales de toda América a su hermosa casa de las playas de Tarará, estaba condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de Brooklyn, mientras que la junta revolucionaria declaraba la nacionalización del Colegio Baldor y la expropiación de la casa del director, que sirvió durante años como escuela revolucionaria para formar a los célebres "pioneros". La suerte del colegio fue distinta. Hoy se llama Colegio Español y en él estudian 500 estudiantes pertenecientes a la Unión Europea. Ningún niño nacido en Cuba puede pisar la escuela que Baldor construyó para sus compatriotas.

Aurelio Baldor trató en vano de recuperar su vida. Fue a clases de inglés junto a sus hijos a la Universidad de Nueva York y al poco tiempo ya dictaba una cátedra en Saint Peters College, en Nueva Jersey. Se esforzó para terminar la educación de sus hijos y cada uno encontró la profesión con que soñaba: uno profesor de literatura, dos ingenieros, uno inversionista, dos administradores y una secretaria. Ninguno siguió el camino de las matemáticas, aunque todos continuaron aceptando los desafíos mentales y los juegos con que los retaba su padre todos los días. Con los años, Baldor se había forjado un importante prestigio intelectual en los Estados Unidos y había dejado atrás las dificultades de la pobreza.

Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba. No lo fue en Nueva York como profesor, ni en Miami donde vivió su retiro acompañado de Moraima, su mujer, quien hoy tiene 89 años y recuerda a su marido como el hombre más valiente de todos cuantos nacieron en el planeta. Baldor jamás recuperó sus fantásticos cien kilos de peso y se encorvó poco a poco como una palmera monumental que no puede soportar el peso del cielo sobre sí. El exilio le supo a jugo de piña verde. Mi padre se murió con la esperanza de volver", asegura su hijo Daniel.

El autor del Álgebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se durmió para siempre. Un enfisema pulmonar, dijeron los médicos, había terminado con su salud. Pero sus siete hijos, quince nietos y diez biznietos, siempre supieron y sabrán que a Aurelio Baldor lo mataron la nostalgia y el destierro".


Originalmente publicado en http://cronicasretinianas.blogspot.com/2006/12/el-algebra-de-baldor.html